10 abril, 2008

El brujito y el jarabe de luna (II)



Cien, doscientos… 365 árboles más, y se encontraron con el mercado a las afueras del poblado. Los lugareños pululaban entre los puestos artesanales, intercambiando redondeles de cobre por vasijas, acetres, orzas y tinajas. Canjeando papelillos de colores por marcos, tableros…


- Mira, una estantería. ¿Te gusta?


Te gusta era precisamente una de esas preguntas que hoy tiene una respuesta, pero mañana quizás no.


- No es que no me guste. Es que ahora no nos hace tanta falta. Además, ampliamos hace poco la nuestra, ¿no?


Brujito contestó observando a su vez que nadie accedía al interior de la villa por los pórticos centrales. Eso le extrañó, y hacia allá se encaminó.


- ¡Buenos días!


- Buenos días, ¿qué desea? – le preguntó quien custodiaba aquella entrada.


- ¿Puedo pasar?


- Esta puerta es solamente para aquellos que ya la han cruzado. Y por cómo pregunta, usted no ha pasado nunca por aquí.


El gorro cambió su formación de estrellas y lunas, y se dibujó con una composición más sorprendente. Le solía ocurrir cuando no entendía algo y además le urgía una respuesta.


- Pero entonces, no tendréis nuevos visitantes en esta zona del poblado.


- Cierto. Pero no podemos permitir que, algunos de esos viajeros, siembre una mala semilla en nuestro hogar.


- Me parece razonable tu sentir, aunque si por miedo a una mala cosecha no haces el sembrado, tampoco tendrás una que dé frutos.


En este momento, el alargado acompañante retomó su silueta original, a la vez que el guardián entendió la propuesta.


- ¿Y cómo puedo saber si usted es alguien que merece franquear esta puerta? ¿Qué tiene que no tengan los demás? ¿Qué ha logrado, o hecho distinto y mejor, que otros pretendientes a cruzar por aquí?


Nuestro maguito pensó y pensó. Y a cada posible argumento le encontraba un debate incierto que no podría reafirmar. Tampoco llevaba consigo nada especialmente valioso, ni extraordinario; por lo que con una mirada, le hizo saber al hombre que no le podría dar una respuesta acorde a sus pretensiones.


- Mire, señor brujito. No puedo dejarle entrar por esta puerta… hoy. Algo me dice que usted es capaz de traerme algo con lo que yo pueda justificar su entrada. Espero que me entienda…


- Le entiendo perfectamente. No se preocupe. Quizás vuelva la luna que viene.


- Buen viaje de regreso – le deseó el buen hombre.


- ¡Gracias!


Con lo que dirigió sus pies hacia la arboleda, y se dispuso a idear alguna manera de visitar a los nativos de aquella tribu.


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