19 abril, 2008

El brujito y el jarabe de luna (y VI)


Había llegado el momento de conocer el primer desenlace, y eso dejaba inquietos a los dos charlatanes.


- A este mejunje le falta algo… - afirmó el brujito.


- ¿No era un jarabe de luna?


Cruzaron sus miradas y asintieron con la cabeza.


- Abre la ventana, que nos preste su plata.


Ahora el julepe tenía la densidad ideal. ¿Qué sería un jarabe de luna, sin luna?


- ¡Ya está! – Se ilusionó el gorro, volviéndose casi celeste.


- Solamente le falta… dejarlo que se temple. Que se tome su tiempo, y que las manecillas de un reloj todavía no inventado, le den el sabor exacto.


- Nada más nos queda llevárselo al guardián del pórtico.


El maguito se quedó pensando, si no era mejor enviarle un mensaje en forma de paloma, para que fuese él quien se acercara a recogerlo.
Llevaba tiempo con esa sensación: prefería esperar a ser buscado, antes que lanzarse a otra aventura. Fuese nueva, o conocida. Se encontraba más seguro, y menos expuesto. Y aunque sabía que una andanza siempre deja un corazón con mejor armonía en su latir, este era momento de aguardar. ¿A qué? A nada en concreto. Simplemente a lo que tenga que venir. Seguro que es lo bueno.


- ¿Algún ingrediente de última hora?


- Sí. Un poco de brisita. Con su correspondiente sonrisa.


Cerraron el libro de secretos, leyendo en un párrafo final la sabiduría antigua:


“Hasta aquí escribieron los que estaban antes que tú. Hasta aquí las sustancias para el jarabe de luna…
… Recuerda que luego, con cada alma que diluya en esta agua de cristal su propio parecer, su sabor se tornará más intenso, más pensado, más dulce…
… Es suficiente con alguna cucharada para cada uno. Y a esperar sus efectos…
…Cada cual los tendrá distintos…”
Lo colocaron en su sitio, el reservado a las ganas de agradar; y se acercaron a la vidriera para darle las gracias a la luna, a través de una mirada, que brillaba, y brillaba, y brillaba. Y brillaba, y brillaba...


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