10 abril, 2008

El brujito y el jarabe de luna (I)


Algunas historias se escriben para ser dormidas.
Algunas letras se dibujan para ser soñadas.

Y a veces el despertador de una idea, el amanecer de un sentimiento, o el susurro de otra cercanía, reviven lo añejo pero siempre reciente. Como esa luna que allá estuvo y acá continúa, presente según luz recoja. Según luz devuelva, si es que alguna vez dejó alguna para sí.

Doce lunas después, un jarabe quién sabe para qué fue pensado, toma nuevo color. El de una plata que tan sólo la sangre, el silencio y el iris saben traer. Una plata que navegó por mi Cádiz cercano; correteó por mis calles judías, Córdoba de esquinas y espaldas encaladas; emigró a fronteras de jazmines y tulipanes; y merodéa entre quien saluda y besa de uno en uno, quien despierta con letras encerradas en la caja que suena, a cada paso que este planeta invita a sentir, y cada giro que esto de permanecer vivo trae consigo; una plata que se ennoblece en cada abrazo dado, agradecimiento en regalo o declaración de cómplice.

Una plata, una luna, un jarabe y su brujito.



El brujito y el jarabe de luna



El gorro y el brujito, seguían caminando por el bosque en la mañana. Era bien temprano, pues todavía el cuidador de aquellas impresionantes arboledas, no había colocado los letreros que identificaban cada vereda. Y aunque el gorro se hallaba perdido entre esas abrumadoras perchas de hojas, el brujito sabía perfectamente que ahora se encontraban en el sendero de los Arces.


Acababan de saludar a los árboles Rowan, por los que el hechicero sentía especial predilección, y todavía le quedaban muchas pisadas para alcanzar el Olivar. Un Olivar que se encontraba al final del bulevar, como debía ser, y antes de llegar a la villa.


El gorro del brujito le preguntó a éste:


- ¿Y por qué el guarda no deja los letreros puestos para siempre? Sería más fácil.


- Bueno. No sé. Quizás haya que dejar momentos para que los caminantes descubran los significados por sí mismos…


- ¿Y si no eres capaz de descubrirlo, entonces qué haces?


- Pues para eso está el guarda, para ayudarte. O para explicarte, qué diferencia hay entre una madera y otra.




El gorro solía preguntar siempre. Y eso agradaba a su compañero, pues le incitaba a poner en funcionamiento los mecanismos que pudiera tener para pensar. A veces repetía el mismo interrogante, o hacía cuestiones que parecían tener respuesta fácil. Pero el que tenía la toga con el primero de los colores, el de la alegría y el deseo, sabía que para una misma pregunta podían existir distintas respuestas. Y que la respuesta que para un día es válida, para otro momento distinto, aun siendo la misma cuestión, es incorrecta. Y hay que buscar una nueva. También tenía la certeza de que aquellas dudas que parecían tener una réplica sencilla, se podían hacer tan difíciles como se pretendiesen. Y que incluso la obviedad no es más que un disfraz para disimular un pensamiento de alta costura.


- ¿Crees que estos árboles significan algo?


- Claro. Todo tiene un significado. Igual que en nuestra aldea conectan la fecha de nacimiento con las estrellas. Con el zodiaco. En tierras celtas la encadenan a distintos tipos de árboles.




El pequeño brujo tenía compañeros que trabajaban, arduamente, con el día que las personas arribaban por primera vez en el planeta. Por lo que tenía ese saber cercano.


- Allá a lo lejos se ven los miradores del arrabal.


El gorro avisó a su amigo, pues al estar a mayor altura, algunos paisajes los avistaba antes que el brujito de guantes blancos.

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