El brujito y el jarabe de luna (IV)
Ambos se dirigieron al cuarto del caldero. Donde nuestro protagonista experimentaba con distintos brebajes y multitud de ingredientes, cada cual más variopinto.
Argüía pócimas para cada problema que conocía. Aunque bien es cierto que unas funcionaban mejor que otras; y que algunas, incluso, no tenían los efectos deseados. Pero no siempre se puede acertar.
Y allí se encontraban. El aprendiz con su tobardo rojo de acomodadas arrugas, sus guantes blancos e ingeniosos, y una sonrisa de curiosidad y esperanza. El gorro arremangado, con sus estrellas y lunas tatuadas en piel de oro, y buscando preguntas pertinentes. La bola mágica frente a ellos…
- ¿Con qué forjarás este jarabe?
Argüía pócimas para cada problema que conocía. Aunque bien es cierto que unas funcionaban mejor que otras; y que algunas, incluso, no tenían los efectos deseados. Pero no siempre se puede acertar.
Y allí se encontraban. El aprendiz con su tobardo rojo de acomodadas arrugas, sus guantes blancos e ingeniosos, y una sonrisa de curiosidad y esperanza. El gorro arremangado, con sus estrellas y lunas tatuadas en piel de oro, y buscando preguntas pertinentes. La bola mágica frente a ellos…
- ¿Con qué forjarás este jarabe?
- Este va a ser un jarabe complejo. Pero no porque tenga ingredientes muy enrevesados. O plantas extrañas… Todos se podrán encontrar en cualquier valle, pues crecen en cada lugar que se desee sembrar. Solamente será complejo porque llevará un poquito de todo, y un poquito de cada. En definitiva, casi de todo… y a la vez casi de nada.
- ¿Entonces voy dándote los primeros tarros que encuentre?
- Sí, recoge los que tengas más a mano, que luego ya añadiremos los demás.
El señor azulado se dirigió a la despensa, mientras el hechicero encendía el fogón y limpiaba el agua pura. Encontró un poquito de arena y sal, jugo de nubes y rayitos de sol, momentos vividos… Cada tarrito con la tapadera de un color. Cuencos con besos pequeñitos, cariños controlados, abracitos de varias tallas, miradas largas…
- ¡Tráete los saquitos! – Exclamó brujito con voz ilusionada, vigilando la bola mágica.
- ¿Los saquitos también! (Se lo está tomando en serio, no hay duda).
Deslizó la tabla que los escondía, y con sumo cuidado, fue cogiendo cada uno de ellos.
- Aquí tienes: la empatía, la amistad, la ternura, la paciencia, el optimismo, la convicción, la generosidad…
- Bondad, fantasía, constancia, la gracia, la ayuda…
- ¿Has traído la serenidad?
- Serenidad, autenticidad, perseverancia, complicidad, valentía, sencillez, alegría, sinceridad, el aprendizaje…
- Prudencia, responsabilidad… confianza, superación, compromiso, la expresividad…
Había tantos saquitos, que si no fuera por ese encantamiento que tenía el caldero, no cabrían en su interior. ¡Había tantos…! pero a todos los alquimistas, magos y brujitas del mundo, les fascinaba contarlos uno a uno. No sería esta una excepción.
- Qué suerte, tener polvillo de todas estas… ¿virtudes?
- Bueno, cualquiera tiene esta suerte. Este polen se encuentra a cada paso que das, y cada persona lleva algo de él.
- Lo que sí nos costó fue envolverlos a todos.
- Cierto, pero para eso nosotros trabajamos con la magia.
- Con la magia de cada persona.
- Tú lo has dicho – susurró el brujito demasiado bajo, tanto que el comentario quedó para sí.
- Cada persona tiene más magia, que la que nunca nadie pueda inventar sobre una tina. Tenemos una suerte que alguna vez, dentro de mucho tiempo, nos mereceremos realmente; pues disfrutamos de personas que nos han regalado su arena divina. Algunas, sacos enteros. Nos la entregaron con cada gesto, y no siempre en papel de regalo. No siempre conscientemente.
- Bueno, nosotros respondemos guardándola con cariño, ¿no?
- Y aprendiendo, nunca se te olvide.
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